Y qué más da, soy joven, estoy aquí para disfrutar, para reír y para llorar, para vivir como yo quiero y no como los demás quieren. Estoy aquí para amar, para odiar, para perdonar y para olvidar. Estoy dónde estoy, tengo lo que tengo y soy lo que soy; porque me lo he ganado a pulso. He luchado por lo que tengo, de eso se trata. De luchar por lo que queremos. Desde nuestro nacimiento entramos en la batalla más larga y dura que existe, la lucha personal para defender lo que creo. Para sonreír aunque quiera llorar, para llorar aunque quiera reír, para gritar hasta quedarme sin voz. Para visitar a los que quiero, demostrar mis sentimientos, ocultar lo que no quiero que vean. Para aceptarme tal y como soy sin importarme lo que piensen los demás, para protestar por todo aún sin razón, rebelarme contra todo, hacer lo que sienta en cada momento. Estoy aquí para ayudar a quién lo necesita, para estirar a quién crea que por el camino se queda. Para soportar lo que por delante se interponga, para conseguir mis metas en la vida y cumplir mis propósitos de año nuevo. Estoy aquí para luchar contra todo fantasma que por mi interior merodee, para enfrentar cada problema, para no salir corriendo. Estoy aquí para continuar sin mirar atrás, para enterrar el pasado que duele, vivir el presente y dejar el futuro para más adelante orientando, aún así, mi presente hacia él. Para guardar secretos de otros y contar los míos. Para jugar al UNO las veces que quiera, para darle al dado del parchís y mandar a casa a los que pille por el camino. Estoy aquí para dormir, para estudiar y para salir de fiesta. Para comer, beber y emborracharme. Estoy aquí para ignorar palabras, y quedarme con otras. Para conocer personas, para no dejar el piragüismo, para borrar recuerdos y almacenar otros. Para mantener el contacto con los que se han marchado, para hacer fotos y salir en ellas.
En definitiva, estoy aquí para vivir con la juventud que caracterizan los quince o dieciséis años más que nada.